jueves, 19 de noviembre de 2015

LAGUNA

CAMPAMENTO

(Parcelas del fondo)

1

   Una caña de pescar inmóvil corta el paisaje de una fría mañana de otoño. De

pronto se mueve, poco al principio, con pequeños golpecitos, y luego se

arquea. Las manos atentas de un joven pescador toman la caña y dan un tirón

certero, acompañado de largas y veloces vueltas al reel.

   A unos metros de la laguna, otro hombre se calienta las manos junto al fuego

improvisado en gran barril de metal. A un costado del tacho, entre el barro y el

humo, se pueden leer las siglas F.A.R. El hombre tose y refriega sus manos

   -¡Mario! ¡Traeme el mediomundo dale!- Oye gritar a su compañero.    

   En seguida, pero toscamente, Mario reacciona y junta el medio mundo y la

larga cuerda como puede y corre hacia la orilla.

   -Dale que es una carpita grande, dale!- lo apura el pescador. Mario casi se

hunde de lleno en la orilla de la laguna para poder acercarse a la línea. Su

compañero, con expresión contraída pero seguridad en sus ojos, recoge la

tanza con velocidad. Mario mira el final de la línea expectante. Estira su brazo

con la esperanza de que el animal cambie de dirección hacia la orilla y se

hunda en la red. Pero el tironeo cesa. El pescador vuelve a tirar, la caña

responde con triste facilidad. Mario continúa con el brazo extendido y la red

   -Se escapó, nomás.- Murmulla su compañero.

   Mario, esperanzado aún, se acomoda sin dejar de mirar la red.

   -Ojo que a veces engaña, eh.

   -Me daría cuenta… voy a encarnar de nuevo.

   La línea termina de salir del agua con brusquedad. Los hombres la siguen

   -Eu ¿Y eso? Se enganchó con algo- Dice Mario preocupado.

   Mario manotea la plomada y detiene el balanceo de la tanza. Enganchada al

final del anzuelo, muerta como la muerte misma, descansa media carpa.

   -¿Qué mierda…? ¡Está toda comida!- Reacciona el pescador. Mario se ríe.

   -Le afanaste el desayuno a algún bicho grandote, Manuel.

   -Esperemos que no se haya quedado con hambre.

   -Y sí. Voy a buscar más lombriz.

   Mario intenta desenganchar lo que queda de la presa mientras el calor del sol

comienza a pegarle en la espalda. Le cuesta, nunca fue bueno para algo más

que levantar un mediomundo, y alguna complicación siempre se lo recordaba.            

   Soltó un bufido que no le dejó escuchar el sonido que hace un cuerpo al

emerger del agua. Una silueta humana se enderezó detrás de él y miró hacia la

   Mario logra su cometido y revolea la carpa destrozada al agua. Deja la caña y

se gira para encontrarse con una mujer semidesnuda y empapada de barro y

   Mario la observa atónito, inmóvil.

   La mujer observa el entorno y logra enfocarse con dificultad en Mario. Por un

momento la necesidad de auxilio destella en sus ojos, pero luego cae en un

   Manuel deja caer el tarro de plástico donde se retorcía la carnada y corre

hacia la orilla. Mientras la mujer convulsiona y se desmaya a la orilla de la

2

   La mujer abre los ojos. Está acostada sobre la suave tela de una bolsa de

dormir. Afuera de la carpa se escucha la música de la radio. Es de noche, pero

la luz decadente de una interna le deja ver casi todo el interior de la carpa.

   Se estremece. Un fuerte dolor en la ingle la obliga a retorcerse y gemir. Sus

manos recorren su estómago y abdomen intentando apaciguar el dolor. Siente

en sus dedos un líquido tibio y espeso. Es sangre. Su respiración comienza a

entrecortarse y se destapa sofocada. Su ropa interior está llena de sangre, y

tiene fuertes moretones alrededor de su cintura.

   Se horroriza al darse cuenta que ha sido violada, pero los gritos se ahogan

   Afuera la radio sigue sonando como si nada ocurriera mientras Manuel come

pescado frito con la mano. La mujer sale de la carpa detrás de él. Mario, fiel al

calor de su tanque, levanta la vista y la mira atento. Manuel lo ve y se da vuelta

para observar  la víctima. La mujer recorre el campamento con la mirada,

buscando socorro, pero lo único que encuentra son los ojos de sus captores.

   Mario suelta una carcajada, Manuel lo secunda. La mujer observa los rostros

perversos de los pescadores y el terror se apodera de sus ojos. El dolor y la

impotencia, el frío y la desnudez la sacuden en llanto.

   Manuel tose de la risa y luego mira al vacío. Inerte de pronto, un hilo de

sangre brota de su nariz y cae de cara al plato de pescado frito, mientras el

llanto de la mujer se destapa en un grito ronco de ira. Mario convulsiona y se

desmorona detrás del tanque, escupiendo sangre hacia el cielo nocturno.

3

   La mujer recorre el camino oscuro del campamento, abrigándose con los

brazos cruzados. A su alrededor, pescadores, solos y acompañados de sus

familias, junto a sus parrillas improvisadas, buscando algo dentro de sus

coches oxidados, se retuercen  vomitando sangre y caen desplomados al

PUEBLO

(Casa de Gastón y vereda frente a la rambla)

1

   Las arrugadas manos de la mujer hacen bailar las agujas de tejer escupiendo

una bufanda azul oscura sobre el jardín de la entrada de la casa. Una melodía

atonal pero suave emana de su garganta acompañada por el ritmo de la

   El tarareo de la vieja encuentra a Gastón despierto en la cama, como tantas

otras madrugadas insomnes, con el brazo sobre la frente, mirando el techo. La

cama está atiborrada de cartas abiertas y revueltas, mezcladas entre las

sábanas. Sobre la mesa de luz, la foto de una familia compuesta por una

madre gigante y dos niños, un varón y una nena, subraya la soledad de la

melodía que entra por la ventana.

   El despertador junto a la foto destruye el ambiente de un mazazo. Y otro

mazazo, ésta vez de Gastón, lo revolea al piso.

   Gastón sale de la casa y se abalanza sobre el patio. Se detiene de a poco,

casi bailando, prende un cigarrillo y observa las copas de los árboles. El patio

está descuidado, y el otoño lo hace ver peor. A sus espaldas, Emma sigue

canturreando y meciéndose rítmicamente sobre su silla.

   -¿Qué decís, vieja, llueve?- Pregunta el muchacho sin mirarla.

   La vieja levanta la vista, casi no lo oyó salir. Recorre el cielo con desinterés y

   -Qué sé yo, soy astróloga no meteoróloga.

   Gastón levanta las cejas y reflexiona.

   -Bueno, es casi la misma cosa ¿no? Estamos hablando del cielo.

   -¿Vos querés saber si salir con el paraguas o con el equipo de pesca,

Gastón?- pregunta la vieja, ignorando su comentario –Porque con lo segundo

   -Hoy quisiera volver con el almuerzo y con la cena, si Dios quiere…

   -Hoy podrías volver con una mujer, dejar a Dios afuera del cuarto y regalarle

un nieto a tu madre ¿No te parece?

   -¿Quedan mujeres todavía en éste pueblo, vieja?

   -No lo sé, pero de la laguna no va salir ninguna, Gastón.

   -¿Una sirena quizás?- la desafía Gastón, acercándose a lo que quedaba de

   La vieja Emma suspira y niega con la cabeza.

2

   Gastón recorre las calles del pueblo como si paseara por el comedor de su

casa, dedicándole más atención a la laguna que a los pocos pescadores que

se acumulaban frente a ella. Al llegar a la esquina decide cruzar la calle hacia

la orilla con el fin de tantear el pique, pero antes de pisar la rambla es

interceptado por dos ciclistas que frenaron a centímetros de sus pies.

   -Gastón, estaba yendo a tu casa…-Dijo el más joven de los dos.

   -Nico ¿Qué pasa?- Gastón vio ansiedad y temor en los ojos del chico.

   -Te busca Alejandro, dice que vayas urgente para el camping- Completó el

   Ambos se miraron nerviosos. Nico tragó saliva y contestó.

   -Unos pescadores vieron a Laura cerca del muelle.

   Gastón le clavó la mirada como una lanza.

CAMPAMENTO

(Entrada y proveeduría)

3

   La bicicleta vuela a toda velocidad bajo la línea de árboles que lleva al

camping Laguna Verde. La mente de Gastón no percibía los peligros del

camino, estaba en otro lado; la última vez que había visto a Laura.

   Su risa, su vestido violeta perdiéndose entre los bosques que ladeaban la

laguna. Sus botas marrón claro trotando sobre las hojas muertas de un otoño

lejano y terrible. Las manos sucias de los hombres que se habían llevado a su

hermana. Sus rostros tapados por los últimos rayos del sol. La mano de Laura

tratando de alcanzar la suya. La oscuridad.

   En poco tiempo estaba en las puertas del campamento. Laguna Verde era el

último que había sobrevivido a la clausura por la baja pesca a causa de la

contaminación del agua, sustentado por los pobres aportes de los jóvenes

   Gastón saltó de la bicicleta al pasto casi sin frenar y se hundió en la primera

garita. No había nadie junto a la barrera, así que la cruzó y corrió sin aliento

hasta el comedor, unos 30 metros más adelante.

   Unas seis o siete personas se acumulaban alrededor de una cama

improvisada sobre una mesa de madera. Alejandro fue el primero en verlo, y se

   -Se desmayó, sigue dormida, pero está bien- Amortiguó, pero Gastón lo

atravesó como si fuera de papel.

   Se abrió paso entre la pequeña multitud, sin percatarse de que todos ellos

llevaban barbijos y guantes de cocina.

   Laura yacía pálida como la nieve, cubierta por un mantel. Gastón le tomó la

cara con brusquedad, quizás para corroborar que era de carne y hueso, y luego

   -Cuidado- advirtió el cocinero –Está delicada, creemos que tiene algo.

   Gastón cerró los ojos y deseó que todos desaparecieran. Hacía más de 15

años que no veía a su hermana, pero eso sólo lo sabía Alejandro.

   -La encontramos tirada cerca del muelle, toda lastimada…

   Gastón apuntaló la mirada hacia su amigo.

   -¿Qué le pasó?- ladró -¿Qué le hicieron?

   Alejandro suspiró y miró al resto. El cocinero y los demás empleados

comenzaron a retirarse, dejando miradas de desconfianza hacia Gastón.

   -¿Qué le pasó?- Repitió Gastón. Alejandro bajó la voz y se acercó a su

   -Creemos que fueron unos pescadores de las parcelas más alejadas…

   Los ojos de Gastón se tornaron febriles.

   -La golpearon y…- Alejandro no pudo sostener la mirada -…la violaron.

   Gastón giró la cabeza hacia su hermana, observó su cuerpo golpeado

mientras las lágrimas brotaban de sus ojos. Se alejó de pronto, como si temiera

romper la delicadeza de su figura y volvió a mirar a Alejandro con repentina ira.

   -¿Quién…?- Empezó a decir, pero su amigo lo interrumpió y le agarró la cara

con fuerza –Necesito que te tranquilices y me escuches con mucha atención.

    Gastón temblaba de bronca, pero no dijo palabra. Alejandro lo miraba

    -Laura no fue lo único que encontramos cerca del muelle esta mañana

CAMPAMENTO

(Parcelas del fondo)

4

   Brazos torcidos, camperas llenas de barro, pies sobresaliendo sin vida desde

lo profundo de una montaña de cadáveres tapada con telas de carpa. Alejandro

no dejaba de mirar a los costados, como si del bosque o de la laguna pudiera

   Por arriba del barbijo, Gastón observaba atónito.

   Eran alrededor de 20 cuerpos amontonados, empapados en sangre,

amontonados como si fueran arena o tierra para la construcción. Hubiera

querido obviar con la mirada el detalle macabro de la mano de un pequeño con

los dedos duros como piedras emergiendo del pilón cadavérico.

   -Llegué temprano con Ramón en el coche. Los encontramos a todos con la

boca y la nariz llena de sangre, esparcidos por el camino, minutos después de

encontrar a tu hermana.- Dijo Alejandro por arriba de su barbijo.

   -Todo. Revisamos los números de las parcelas y los corroboramos en el

cuaderno de entrada. Nadie sobrevivió. Creemos que fueron atacados por

alguna especie de virus… o algo.

   Gastón despertó del trance y miró a su alrededor.

   -La policía todavía no sabe nada, sólo los que llegamos ésta mañana del

pueblo, nosotros 8…- Alejandro se sacó el barbijo -… y ahora vos.

   -Pero… la cantidad de… muertos…

   Gastón se esforzaba por entender lo que Alejandro no le decía.

   -La mayoría de los cadáveres son de gente sin familia, chorritos que vienen al

camping a emborracharse y apostar mierda por mierda, personas sin futuro, de

   -Pero veo autos, mujeres, Ale, hay familias ahí.

   -También hay violadores ahí, Gastón.

   -¡Eso es un nene! ¿Me estás jodiendo?

   Los nervios de Gastón habían provocado que eleve la voz. Alejandro lo

abrazó y se lo llevó lejos de la pila.

   -Escuchame. Si la policía se entera de esto, no solo van a clausurar el

campamento y dejarme a mí y a 10 personas más sin trabajo, también van a

querer averiguar cómo es que una nena de 10 años desaparece y vuelve

quince años después con una mochila de 20 muertos atrás… y se la van a

   -No…- Gastón se sacó el barbijo y miró a su amigo. No podía permitirse

   -El personal del camping me juró conservar el secreto por el bien de su

   -¿Quién te pensás que me ayudó a juntarlos a todos?

   -Pero ¿Y Nico? Hoy me vino a buscar a casa con otro pibe…- Gastón no

   -Nico no estaba acá, lo llamé y le dije que te buscara, fue con el primo,

ninguno sabe nada, pero van a volver en cualquier momento, por eso necesito

   Detrás de ellos aparecieron Ramón y Rubén, el cocinero.

   Cada uno de ellos llevaba dos palas al hombro.

CAMPAMENTO

(Proveeduría)

5

   Dora deposita suavemente un termómetro y un poco de algodón junto a los

desinfectantes y levanta la bandeja. Camina por el pasillo que conecta la

despensa con la cocina y cruza la doble puerta hasta el comedor de la

proveeduría. Apoya un segundo la bandeja sobre la barra y se estira con

dificultad, intentando alcanzar las pocas “curitas” que había esparcidas junto a

la caja registradora. Logra juntarlas con la punta de los dedos y las deja caer

sobre el botiquín improvisado, toma la bandeja con delicadeza y gira hacia el

comedor. De pronto grita, dejando caer la bandeja al suelo.

   Laura está parada frente a ella con un gran cuchillo de cocina, mirándola con

miedo. Mira los utensilios revueltos por el suelo y vuelve a escrutar a Dora, esta

vez con desconfianza. Observa veloz a los costados, buscando una salida,

mientras Dora saca impulsivamente un barbijo de su delantal de cocina y se lo

lleva a la boca. Laura achica los ojos con extrañeza al ver la acción de la

   -Perdón… no sabía que te habías despertado ¿Laura, no?

   Laura vuelve a mirar a los costados sin bajar el cuchillo. Lleva el brazo

izquierdo cruzado sobre el estómago. Siente frío.

   -Te encontramos desmayada en el muelle- Intenta Dora con suavidad

–Sabemos que fuiste atacada por unos pescadores y te trajimos a la entrada

para curarte las heridas y tomarte la fie…

   -Necesito hablar con Carón- Interrumpe Laura –Ahora.

   -El teléfono de la primera garita no funciona, puedo acompañarte hasta la

oficina de seguridad.- Responde Dora tras el barbijo.

   Laura la escanea una última vez y sale disparada hacia la puerta que da al

camino. Dora avanza unos pasos con la mano libre hacia delante.

   -¡Gastón! Tu hermano Gastón vino a buscarte.

   Laura se frena en seco, gira sobre sus pies descalzos y se precipita sobre

Dora con el cuchillo en alto. La empuja sobre la barra y le hunde los ojos como

dos lanzas de fuego. Recorre el rostro asustado de Dora buscando veracidad a

   -¿Por qué te tapás la boca? ¿Qué me hicieron?

   -Nada… nosotros no te hicimos nada, te lo juro…- Dora estaba llorando de

miedo. Laura seguía disconforme con los balbuceos de Dora, había recuperado

confianza sobre la situación y no tenía demasiado tiempo.

   -¡¿Por qué te pusiste un barbijo, Dora?! ¡¿Qué me hicieron?!

   -¡No sé! ¡Te juro que no sé nada!- Dora cerró los ojos, disuelta en lágrimas.  

   Laura la soltó con bronca y dejó que la pobre se deslizara por la barra hasta

el suelo. Alargó el cuello para observar por el pasillo. Estaba sola. Como un

látigo, miró la puerta de entrada y volvió hacia el pasillo.

   Tenía que tomar una decisión.

   Mientras Dora contenía el terror, Laura pasó frente a ella, bordeó la barra y

se perdió en el pasillo que lleva a la despensa.

CAMPAMENTO

(Parcelas del fondo)

6

   La mano de un niño inocente termina de ser cubierta por la tierra, junto con

otros 19 cadáveres. Dora aparece como un relámpago por detrás del grupo de

hombres. Las lágrimas todavía le sacaban brillo a sus mejillas.

   -¡Gastón!- Logra gritar, mientras se detiene entre jadeos.

   Gastón la ve, suelta la pala y corre hacia Dora, los otros tres hombres dejan

de palear. Más al fondo, otros dos hombres más dejaron sus tareas para

   -Dora ¿Qué pasa?- Pregunta Alejandro con preocupación. Gastón no dejaba

de mirarla, sosteniéndola de los hombros, esperando que hable.

   -Laura…- Jadea Dora –Se despertó.

   Gastón la suelta y sale corriendo hacia el comedor.

   -¡Esperá, Gastón!- Intenta detenerlo la mujer, sin éxito. Alejandro suelta la

pala y comienza a seguirlo, pero Dora lo detiene.

   -Ale… se escapó. Laura se escapó.

   La cara de Alejandro se transformó. Eso no era nada bueno.

   -¿Eh? ¿A dónde?- Preguntó en vano.

   -Se fue por la puerta de la despensa, me atacó con un cuchillo, Ale…

   -¿Qué?- Ale no podía creer lo que Dora le decía -¿Te lastimó?

   -No. Buscaba a alguien, le prometí un teléfono, pero…- Dora negó con la

cabeza y tragó saliva –Le nombré a Gastón y se me vino encima. El ataque de

anoche la debe haber traumado, pobre chica…

   -No tanto como para atacarte con un cuchillo, por Dios…- Contesta Ale

acariciando la mejilla de Dora. No quería que supiera demasiado acerca de la

   Se gira para seguir a su amigo, pero Dora lo retiene nuevamente.

   Ale la mira expectante. Dora vuelve a tragar saliva.

   -Cuando me habló, ella… me llamó por mi nombre.

   Alejandro entendía cada vez menos.

   -Que yo nunca le dije mi nombre, Ale, pero ella lo sabía.

   Alejandro la miró una última vez y se adentró en el camino hacia la

CAMPAMENTO

(Entrada)

7

   Laura irrumpe en la garita de entrada, apoya el cuchillo sobre el escritorio y

revuelve los papeles hasta encontrar el teléfono.

   Sin tono, Dora decía la verdad.

   Recorre veloz la garita con los ojos y descuelga un camperón azul.

   El sucio cartel de la entrada la recibe bajo el sol del mediodía.

   Todavía descalza, Laura se abriga y trota por el camino de tierra que la lleva

CAMPAMENTO

(Proveeduría y Bosque detrás)

1

   Gastón traspasó la entrada del comedor y se acercó a las mesas donde

hacía solo unas horas descansaba su hermana. Miró a su alrededor. Silencio.

Bordeó la barra y recorrió el pasillo, abrió la puerta del baño y luego la

despensa. La puerta del fondo estaba entreabierta, la cruzó y se adentró en el

bosque, primero a paso precavido, luego al trote.

   Los altos sauces devoraban los débiles rayos del sol. Gastón buscaba

desesperado la silueta de Laura. Avanzó y avanzó, buscando entre los mismos

árboles que años atrás habían sido testigos del secuestro de su hermana.  Las

imágenes de aquél terrible momento se confundían con el presente. Las manos

de aquellos hombres tirando de su vestido. La voz aterrada de Laura haciendo

   Gastón se fue dejando llevar por la angustia y la locura hasta encontrarse en

una pequeña explanada y dejarse caer de rodillas. Miró las hojas muertas del

suelo con ojos grandes y húmedos, aturdido.

   ¿Había perdido a su hermana de nuevo? Quizás el insomnio lo había vuelto

loco y Nico nunca había aparecido en su camino para decirle que Laura estaba

viva. Quizás aún estaba acostado, soñando despierto, hundido en el desorden

de su habitación, imaginando que Laura yace dormida junto a él, sobre las

mesas del comedor del camping, viéndose abrazar a la versión adulta de

aquélla niña que la laguna se tragó.

   Una mano amiga sobre su hombro lo sacó del trance.

   -Gastón… ¿Estás bien? Gastón…- La voz de Ale sonaba lejana.

   El silencio del bosque volvió a dominarlo todo y Gastón parpadeó. Había

pasado más de una hora y el sol comenzaba su lenta retirada. Gastón miró a

su alrededor hasta llegar a los ojos de Ale.

   -Buscamos por todo el camping.- Sentenció, y ayudo a Gastón a incorporarse

toscamente sobre el pasto. Se miraron unos segundos, hasta que Gastón se

desarmó en llanto y cayó en el hombro de su amigo.

   -Está viva…- Sollozó Gastón. Ale contuvo a su amigo y asintió con la cabeza.

   -Sí. Está viva- Contestó con calidez, pero sus ojos recorrían el bosque con

preocupación –Y vamos a encontrarla.

PUEBLO

(Despensa de César)

1

   La tarde se ahoga entre nubes de lluvia que amenazan con abalanzarse

sobre el pueblo gris. Las tiras de goma transparente cosquillean el piso del

almacén. Laura brota de la cortina y se dirige hacia la heladera que funciona de

mostrador. Un hombre cincuentón y regordete cuenta dinero y suspira con

resignación. Se gira para encontrarse con la demacrada cara de Laura. La mira

de arriba abajo, sus pies están lastimados de tanto correr sobre el asfalto.

   -Señorita… ¿Se encuentra bien?- Pregunta al ver la expresión de miedo de la

   Laura asiente con la cabeza. Todavía está un poco agitada.

   -Sí. Gracias. Quisiera usar su teléfono, por favor.

   -Cómo no, ya se lo alcanzo…- Responde solícito el hombre y desaparece por

una puerta al final del mostrador.

   Laura normaliza la respiración y observa la despensa. Rodeando el

mostrador a su izquierda ve unas pocas mesas de madera y algunas sillas,

probablemente para uso de la familia que sostiene el negocio. Las ventanas

son pequeñas y están tapadas por cajas de mercadería. Laura camina unos

pasos e inconscientemente mete las manos en la campera. Siente algo en el

bolsillo y saca la mano. Una billetera de cuero, con bastante dinero adentro.

   El hombre reaparece, Laura guarda la billetera por acto reflejo y se acerca a

él. La mano regordeta del almacenero le da un teléfono inalámbrico.

   -Gracias- Laura intenta sonreír y por un segundo lo logra. El almacenero

asiente con amabilidad. Ella toma el teléfono y se dirige a la mesa de madera,

arrastra una silla y se sienta a marcar los números con ansiedad.

   Dos hombres brotan de la cortina de plástico y observan al almacén. El

primero parece tener unos cincuenta años y lleva una suave sonrisa en el

centro de una barba canosa e incipiente. Detrás de él, un joven de unos veinte

años, bastante abrigado a pesar del clima indeciso, se acomoda frente al

mostrador. El dueño del almacén echa una breve mirada a Laura y se acerca

para atender a los clientes recién llegados.

   El hombre de barba, al verlo, agudiza la vista y levanta las manos con

   -¡No te puedo creer, mi viejo amigo César sigue vivo!

   César lo mira extrañado pero en seguida se le ilumina el rostro.  

   -¿Cómo estás, gordo? ¡No cambiaste nada!

   Los viejos amigos se abrazan por arriba del mostrador. César está contento y

   -Qué alegría verte, Quique, tantos años ¿Qué te trae por acá?

   -El trabajo, hermano, quise agarrar esta zona para ver en qué andaba mi

viejo pueblito, veo que la cosa ha cambiado bastante.

   -Bastante para mal, ya no se acerca casi nadie para éste lado, un pueblo

fantasma parece…- Contesta César mirando hacia la puerta y acodándose en

el mostrador -¿Éste es tu pibe?

   Quique se gira, pasa un brazo por los hombros del muchacho y lo acerca.

   -Éste es mío, sí. Facundo, Veintitrés años tiene ya ¿No?- Pregunta mirando a

su hijo. Facundo asiente con la cabeza sonriendo y extendiendo la mano.

   César le estrecha la mano con fuerza.

   -Te felicito, parece ser muy educado ¡No parece hijo tuyo!- Ambos amigos

ríen como hace treinta años atrás.

   Laura corta el teléfono por cuarta vez. Suspira con los ojos cerrados, hecha

una mirada hacia los hombres que se ríen junto al mostrador y vuelve a marcar.

   –Decime Quique- Continúa César risueño -¿De qué estás laburando ahora?

   -Hace veinte años que soy inspector de sanidad.- Responde Quique con

   -¡Entonces no te invito a pasar a la despensa porque voy muerto!- Vuelve a

   Quique y su hijo vuelven a reír.

   -Por hoy zafás. Me mandaron a recorrer las instalaciones de acá de la FAR,

   Laura enfoca sus sentidos hacia el hombre de barba, sin alejarse el tubo del

oído. El sonido del tono de llamada es eterno.

   -…me traje al pibe para que vea el pueblo donde creció su viejo- Oye decir a

Quique. En ese momento, del otro lado del teléfono, una voz masculina

   Laura se activa de nuevo. No habla, pero su respiración se acelera y traga

   Laura respira hondo y habla.

   -Cuatro. Siete dos dos. Nueve.

   Una pausa larga. Laura aprieta la oreja contra el tubo con ansiedad.

   -¿Código de rastreo?- Preguntan por fin del otro lado. Laura busca a su

alrededor y encuentra un pequeño reloj de pared marcando las cinco en punto.

   -Cinco…- Dice con la vista clavada en el reloj -Cinco diecisiete.

   En el mostrador, la charla continúa.

   -La FAR…- César suelta un bufido –Cuando llegaron vos ya te habías ido

para capital. Dos años después empezaron a cerrar todos los campings a lo

largo de la laguna. La contaminación. Destruyeron la economía del pueblo, el

   -Qué lástima… no sabía nada- Comentó Quique con tristeza.

   -Nadie supo nada hasta que cerraron el camino a las compuertas.

Privatizaron todo la zona de diques que antes manejaba la intendencia,

vendieron todo y se borraron. Con algunos vecinos bordeamos la laguna hasta

   -Sin intendente, sin plata para negociar y con una población de menos de

doscientas personas… ni siquiera nos atendieron.

   -¡Me cuesta creer que nadie me haya informado de todo esto! ¡Qué locura¡

   -Una noche cortamos el camino con carpas y nos quedamos ahí varios días,

queriendo frenar la entrada y salida de camiones por ambos lados…- César

chistó y negó con la cabeza –Ni un solo camión en cinco días, ni una sola

persona asomándose a las rejas.

   -Pero…- Quique era pura indignación -¿No se dedican a la fabricación y

distribución de artículos de computación? ¿Cómo sobrevive a un corte de cinco

   -¿Distribución? Hace siete años que no se ven camiones de la FAR cerca de

la laguna. Juraría que la abandonaron si no fuera por la sirena esa que hacen

   -Estoy sorprendido- Dice Quique con seriedad –Voy a llamar al director para

informarle de todo esto. Mi teléfono no tiene señal desde que llegué ¿Me

   -Acá no tiene sentido usar teléfono celular, quique. Esperá que me fijo si la

   César se acerca a la esquina del mostrador y se asoma hacia las mesas. El

inalámbrico descansa apoyado sobre la mesa. No hay señales de Laura.

   -Qué raro… recién había una chica, ahora no está.

   -¿No te habrás vuelto medio loco vos? Entre fábricas abandonadas y mujeres

que desaparecen no sé que pensar, gordo.- Bromea Quique.

   -Te lo juro- Responde César sorprendido –Estaba sentada justo acá.

   El ruido del motor del auto quiebra el aire de misterio dentro del almacén,

Quique gira la cabeza y se abalanza hacia la vereda para ver como se llevan

su Renault 18 blanco por el camino que bordea la laguna. Quique grita en vano

con la mano hacia delante. Detrás de él salen Facundo y César. Los tres se

quedan incrédulos, viendo el coche alejarse entre las casas y los árboles.

BOSQUE

(Camino hacia la ruta)

   Laura rebota en el asiento mientras el coche se tambalea por el camino de

tierra que lleva a las afueras del pueblo. En el asiento del acompañante

descansa el reloj de pared de la despensa de César. Las cinco y cuarto. Laura

ve algo más adelante y frena despacio. Toma el reloj, baja del auto y se

sumerge entre los árboles hasta protegerse detrás de un grueso sauce, a unos

   Un minuto después, una vieja camioneta frena junto al auto. Laura contiene la

respiración mientras dos hombres con trajes anticontaminación y máscaras

descienden y se acercan al vehículo. Uno de ellos lleva un extraño aparato en

la mano, lo pasa por los bordes del coche y mira a su compañero. Éste recorre

el sector con la mirada, observa su reloj y hace señas de volver a la camioneta

rápidamente. Ambos hombres se suben y arrancan bruscamente para alejarse

   Laura cierra los ojos y respira, deja caer el reloj y se acomoda de espaldas al

tronco, intentando calmarse. Abre los ojos y mira hacia el frente, levanta la vista

hasta encontrarse con las caras de Alejandro y Gastón, que se acercan con

   -Laura… soy yo.- Dice Gastón con suavidad. Ale se detiene unos pasos

detrás de él, mirando hacia todos lados, nervioso.

   Laura mira a uno y a otro en silencio. Detrás de Ale logra divisar dos

bicicletas tiradas entre los árboles.

   -¿Estás bien? No puedo creer que…- empieza Gastón, pero Laura se para de

   -Necesito llegar a la ruta principal- Dice con voz gélida –No puedo llegar en

auto, necesito que me den una de sus bicicletas.

   -Laura… soy yo- Gastón intenta sonreír -Tu hermano.

   Alejandro da unos pasos hacia delante mientras se pone el barbijo. Laura lo

ve y mira a Gastón con repentina desconfianza. Gastón se gira y le hace señas

a su amigo para que no se acerque. Vuelve a mirar a Laura con amabilidad.

   -Gastón…- Susurra Ale –Ésta zona es privada, no podemos estar acá.

   -Laura, necesito que confíes en mí- Gastón mantiene la mirada en los ojos de

   Laura no cambia de expresión, y latiguea con los ojos controlando la posición

de Ale, con clara desconfianza. Ale se impacienta y avanza.

   -Gastón, tenemos que volver al camping…

   -No me reconocés- Dice Gastón cortante –No sabés quien soy.

   Laura inspecciona el rostro de Gastón.

   -No. Y no me importa, quiero irme de este pueblo de mierda ahora mismo.

   -¡Gastón!- Ale avanza hacia ellos. En un segundo su barbijo se tiñe de rojo,

   Gastón sigue mirando a Laura. Ella no lo mira. Se gira para encontrarse con

el cadáver de su amigo. Vuelve hacia Laura con la cara contraída por el horror.

Laura lo está mirando fijamente.

   Gastón siente un profundo destello de dolor en la frente y los ojos. Se

retuerce en el lugar. Laura se desconecta. Sus ojos se entregan al cielo y cae

   Gastón se tambalea y se toma la cabeza con ambas manos. Le sangra la

nariz. Mira el bosque y los cuerpos, intentando aclarar su mente. La cara de su

amigo está repleta de sangre y el cuerpo yace contorsionado entre los sauces.

Laura continúa desmayada, pero viva. Gastón mira nuevamente a su alrededor

y descubre, al borde del camino, un Renault 18 blanco aparentemente vacío.

El enamorado

Siempre me destaqué por mi modestia, por más paradójico que suene. Entre las cualidades positivas que mis conocidos acostumbran subrayar, la modestia es la más recurrente. Pareciera que la imagen que construyo frente al otro carece de alarde, y me siento molesto cuando alguien insiste en resaltar mi inteligencia práctica, mi coherencia accesible o la simple y a la vez imbatible 
lógica  de mis razonamientos. De hecho, la situación me incomoda de tal manera que a la larga termino por evitar ciertos círculos sociales, sobre todo aquéllos que se gestaron en la universidad, donde tu nivel de coeficiente intelectual determina la comunión de personalidades, te relaciona con gustos y actividades específicas, o posturas políticas similares.
   En resumen, mi aprehensión a la modestia me transformó en un inadaptado, y acto seguido me depositó en el melancólico sendero de la soledad.  Concluí que a cierta edad, para relacionarse con las personas, uno debe poner al frente sus ventajas, como si el vínculo exigiera como requisito excluyente la potencial utilidad de las partes. Relacionarse en la vida adulta es venderse como un buen producto, si no el mejor, el más conveniente. Y aunque la voraz 
necesidad de socializar me llevó a integrarme con mayor facilidad en grupos más jóvenes, era cuestión de tiempo. La metamorfosis se presentaba inminente para devolverme a esa estéril exposición de características. Así que decidí conformarme con lo que tenía, que no era poco: Yo mismo.
   Claramente mi vida sentimental brillaba por su ausencia. No tenía problemas para satisfacer mis deseos sexuales, ni para evadir la soledad bajo el manto de una ebria charla con un desconocido, pero la parte de mi cerebro encargada de sentir afecto por alguien o algo parecía apagada, o peor aún, inexistente. Las pocas mascotas que casualmente circularon por el departamento morían olvidadas, por falta de cuidado o alimentación, frente a la insensible mirada de 
su dueño, ocupado en hacer dinero. Ni la rutina había logrado generar un destello de cariño hacia lo que me rodeaba o enlazarme con un objeto, una actividad, un ser vivo. Inevitablemente, lo que al principio se revelaba como una inofensiva vida solitaria se transformó para mi familia en un signo de desinterés,  para mis 
compañeros de trabajo  en una envidiable vida de soltero, y para mi terapeuta en depresión.
   Frente a tanta opinión encontrada, opté por viajar para despejarme un poco. Grave error, visto que en mis treinta y dos años de vida nunca había barajado la opción de hacerlo por gusto, y eso complicaba un poco las cosas al momento de elegir, y detesto elegir. Prefiero que la vida se presente inesperada, azarosa, y fluya en un destino irresponsable, inquieto. En general es mi trabajo lo que me hace viajar, cobrando préstamos con alto nivel de interés a quienes no pueden pagarlos, factor que me obliga a ejercer la parte que más disfruto de mi empleo: amenazar a la gente. 
   Además de funcionar a modo de descarga, la amenaza me vuelve creativo. Con el tiempo encuentro una manera cada vez más acertada de transmitir el mismo mensaje, a través del manejo de herramientas como la sugestión, la ironía, el suspenso y en algunos casos hasta la poética.
   Lo más excitante que me había pasado en el último año, si es ese el adjetivo que se merece, había sido perseguir y matar a un deudor fugitivo, un tal Ricardo. Un pobre tipo que tuvo la pésima idea de llamar por teléfono a mi jefe y decirle que se iba del país sin pagarle los cincuenta mil pesos que le debía. Antes de matarlo de un tiro, se me dio por comentarle que él era mi primera víctima. No sé por qué lo hice, necesitaba que lo supiera, o sólo decirlo.
-A partir de hoy vas a ser un asesino, entonces- respondió con astucia, pero sus palabras no lograron moverme un pelo.
-Por el resto de mi vida, sí- contesté.
   El tipo miró al cielo y siguió hablando con tono pacífico, como si no fuera a matarlo en menos de un minuto.
-Admiro tu valentía- suspiró, ignorando por completo mi asuntito con la modestia. Una lástima para él. Le apunté a la cabeza y elegí en mi mente algo para decirle, algo para que escuche por última vez. 
   Se me ocurrió una pregunta.
-¿Me recomendás algún lugar para irme de vacaciones?
-Yo me iba a Brasil, al sur de Brasil… Bombinhas. –Dijo sin bajar la cabeza. 
–allá están mi mujer y mi hija.
-Gracias. Ahora necesito que bajes la cabeza, Ricardo – dije, un tanto insatisfecho con su respuesta.
-Quiero morir mirando el cielo, por favor.
   La situación se estaba alargando más de la cuenta.
-Si te quedás en esa posición te voy a disparar en la garganta y vas a tardar más en morirte. – Expliqué.
-¿Cómo sabés?
-Soy médico forense
-¿Hablás en serio? – dijo mirándome de pronto. Le pegué un tiro en el medio de la frente y se desplomó en el pasto.
   De alguna manera, la conversación previa había tenido cierta repercusión en mi cabeza. Minutos después, mientras volvía manejando, me llegó la imagen de un compañero de la universidad que siempre me decía algo sobre la pesca en Brasil, pero no recordaba bien qué. En esos tiempos andaba demasiado preocupado por recibirme y estaba comenzando a gestarse mi postura antisocial y evasiva. Semanas después mi compañero dejó los estudios y no lo volví a ver. Tal vez se la jugó por la pesca, no lo sé.
   A Ricardo le había llamado la atención que su asesino primerizo sea médico. Probablemente esperaba uno menos instruido. Tuvo suerte, sino fuera así todavía estaría con una mano en el cuello tapándose la herida e intentando respirar desesperado.
   La cuestión es que llamé al tipo que me pagaba por el alma de Ricardo y le di la noticia, junto con el aviso de que me iba de vacaciones unos días. Le resultó divertido y bromeó sobre el poco tiempo que pasó entre mi primer asesinato y mi estrés, y sin dejar de reírse me dijo que ya podía disfrutar de mi dinero.
   Así que cobré y me saqué un pasaje de ida a Florianópolis, y de ahí a Bombinhas. Me alquilé un cuarto cerca de la playa y me dediqué a aprender todo lo que pudiera sobre pesca. Y aquí estoy ahora, en el “trapiche”, devorado por la noche veraniega, esperando el pique.
-¿cómo anda eso, maestro? – Me sorprendió una voz - ¿Pica o no pica?
   Giré despacio la cabeza hacia la voz y me encontré con un adolescente, claramente argentino, acompañado por su perro. Se acercaba con las manos cruzadas detrás de la cintura mientras el animal husmeaba ruidosamente por las tablas de madera.
-Por ahora, nada- respondí amistosamente. Aunque los jadeos del perro perturbaban mi paz, hablar con alguien me venía bien 
–Hace rato que viene tranquila la cosa.
   El muchacho se paró al lado mío a inspeccionar el agua, como si buscara algún pez luminoso que se acerque a mi línea, y se mantuvo en silencio. El perro me olió entero y se alejó unos metros, para recostarse contra uno de los pilares de cemento que sostenían el muelle.
-Hace rato que estás acá, siempre te veo a la noche- dijo al fin, sin sacar los ojos del agua oscura –Me llamo Pablo.
   No lo recordaba de ninguna otra noche en la playa.
-Hugo, qué tal- dije mecánicamente.
   Mis ojos estaban fijos en la boya, pero mis sentidos se habían acomodado hacia el muchacho.
-Es lindo acá, tranquilo – opinó –muchos argentinos este verano.
-Me dijeron que es así siempre, todos los veranos ¿Cuándo llegaste vos?
-Vivo acá con mi mamá, de hace unos años largos ya,  está enferma ella y yo la cuido. Ella es de acá pero yo me crié allá en córdoba, con mi papá.
   El exceso de información contrastó lo suficiente para despertar mi curiosidad. Despejé mis prejuicios y en pocos minutos lo necesité compañero. El ambiente se renovaba y la acostumbrada soledad del muelle se disolvió en una anécdota.