jueves, 19 de noviembre de 2015
LAGUNA
(Parcelas del fondo)
1
Una caña de pescar inmóvil corta el paisaje de una fría mañana de otoño. De
pronto se mueve, poco al principio, con pequeños golpecitos, y luego se
arquea. Las manos atentas de un joven pescador toman la caña y dan un tirón
certero, acompañado de largas y veloces vueltas al reel.
A unos metros de la laguna, otro hombre se calienta las manos junto al fuego
improvisado en gran barril de metal. A un costado del tacho, entre el barro y el
humo, se pueden leer las siglas F.A.R. El hombre tose y refriega sus manos
-¡Mario! ¡Traeme el mediomundo dale!- Oye gritar a su compañero.
En seguida, pero toscamente, Mario reacciona y junta el medio mundo y la
larga cuerda como puede y corre hacia la orilla.
-Dale que es una carpita grande, dale!- lo apura el pescador. Mario casi se
hunde de lleno en la orilla de la laguna para poder acercarse a la línea. Su
compañero, con expresión contraída pero seguridad en sus ojos, recoge la
tanza con velocidad. Mario mira el final de la línea expectante. Estira su brazo
con la esperanza de que el animal cambie de dirección hacia la orilla y se
hunda en la red. Pero el tironeo cesa. El pescador vuelve a tirar, la caña
responde con triste facilidad. Mario continúa con el brazo extendido y la red
-Se escapó, nomás.- Murmulla su compañero.
Mario, esperanzado aún, se acomoda sin dejar de mirar la red.
-Ojo que a veces engaña, eh.
-Me daría cuenta… voy a encarnar de nuevo.
La línea termina de salir del agua con brusquedad. Los hombres la siguen
-Eu ¿Y eso? Se enganchó con algo- Dice Mario preocupado.
Mario manotea la plomada y detiene el balanceo de la tanza. Enganchada al
final del anzuelo, muerta como la muerte misma, descansa media carpa.
-¿Qué mierda…? ¡Está toda comida!- Reacciona el pescador. Mario se ríe.
-Le afanaste el desayuno a algún bicho grandote, Manuel.
-Esperemos que no se haya quedado con hambre.
-Y sí. Voy a buscar más lombriz.
Mario intenta desenganchar lo que queda de la presa mientras el calor del sol
comienza a pegarle en la espalda. Le cuesta, nunca fue bueno para algo más
que levantar un mediomundo, y alguna complicación siempre se lo recordaba.
Soltó un bufido que no le dejó escuchar el sonido que hace un cuerpo al
emerger del agua. Una silueta humana se enderezó detrás de él y miró hacia la
Mario logra su cometido y revolea la carpa destrozada al agua. Deja la caña y
se gira para encontrarse con una mujer semidesnuda y empapada de barro y
Mario la observa atónito, inmóvil.
La mujer observa el entorno y logra enfocarse con dificultad en Mario. Por un
momento la necesidad de auxilio destella en sus ojos, pero luego cae en un
Manuel deja caer el tarro de plástico donde se retorcía la carnada y corre
hacia la orilla. Mientras la mujer convulsiona y se desmaya a la orilla de la
2
La mujer abre los ojos. Está acostada sobre la suave tela de una bolsa de
dormir. Afuera de la carpa se escucha la música de la radio. Es de noche, pero
la luz decadente de una interna le deja ver casi todo el interior de la carpa.
Se estremece. Un fuerte dolor en la ingle la obliga a retorcerse y gemir. Sus
manos recorren su estómago y abdomen intentando apaciguar el dolor. Siente
en sus dedos un líquido tibio y espeso. Es sangre. Su respiración comienza a
entrecortarse y se destapa sofocada. Su ropa interior está llena de sangre, y
tiene fuertes moretones alrededor de su cintura.
Se horroriza al darse cuenta que ha sido violada, pero los gritos se ahogan
Afuera la radio sigue sonando como si nada ocurriera mientras Manuel come
pescado frito con la mano. La mujer sale de la carpa detrás de él. Mario, fiel al
calor de su tanque, levanta la vista y la mira atento. Manuel lo ve y se da vuelta
para observar la víctima. La mujer recorre el campamento con la mirada,
buscando socorro, pero lo único que encuentra son los ojos de sus captores.
Mario suelta una carcajada, Manuel lo secunda. La mujer observa los rostros
perversos de los pescadores y el terror se apodera de sus ojos. El dolor y la
impotencia, el frío y la desnudez la sacuden en llanto.
Manuel tose de la risa y luego mira al vacío. Inerte de pronto, un hilo de
sangre brota de su nariz y cae de cara al plato de pescado frito, mientras el
llanto de la mujer se destapa en un grito ronco de ira. Mario convulsiona y se
desmorona detrás del tanque, escupiendo sangre hacia el cielo nocturno.
3
La mujer recorre el camino oscuro del campamento, abrigándose con los
brazos cruzados. A su alrededor, pescadores, solos y acompañados de sus
familias, junto a sus parrillas improvisadas, buscando algo dentro de sus
coches oxidados, se retuercen vomitando sangre y caen desplomados al
PUEBLO
(Casa de Gastón y vereda frente a la rambla)
1
Las arrugadas manos de la mujer hacen bailar las agujas de tejer escupiendo
una bufanda azul oscura sobre el jardín de la entrada de la casa. Una melodía
atonal pero suave emana de su garganta acompañada por el ritmo de la
El tarareo de la vieja encuentra a Gastón despierto en la cama, como tantas
otras madrugadas insomnes, con el brazo sobre la frente, mirando el techo. La
cama está atiborrada de cartas abiertas y revueltas, mezcladas entre las
sábanas. Sobre la mesa de luz, la foto de una familia compuesta por una
madre gigante y dos niños, un varón y una nena, subraya la soledad de la
melodía que entra por la ventana.
El despertador junto a la foto destruye el ambiente de un mazazo. Y otro
mazazo, ésta vez de Gastón, lo revolea al piso.
Gastón sale de la casa y se abalanza sobre el patio. Se detiene de a poco,
casi bailando, prende un cigarrillo y observa las copas de los árboles. El patio
está descuidado, y el otoño lo hace ver peor. A sus espaldas, Emma sigue
canturreando y meciéndose rítmicamente sobre su silla.
-¿Qué decís, vieja, llueve?- Pregunta el muchacho sin mirarla.
La vieja levanta la vista, casi no lo oyó salir. Recorre el cielo con desinterés y
-Qué sé yo, soy astróloga no meteoróloga.
Gastón levanta las cejas y reflexiona.
-Bueno, es casi la misma cosa ¿no? Estamos hablando del cielo.
-¿Vos querés saber si salir con el paraguas o con el equipo de pesca,
Gastón?- pregunta la vieja, ignorando su comentario –Porque con lo segundo
-Hoy quisiera volver con el almuerzo y con la cena, si Dios quiere…
-Hoy podrías volver con una mujer, dejar a Dios afuera del cuarto y regalarle
un nieto a tu madre ¿No te parece?
-¿Quedan mujeres todavía en éste pueblo, vieja?
-No lo sé, pero de la laguna no va salir ninguna, Gastón.
-¿Una sirena quizás?- la desafía Gastón, acercándose a lo que quedaba de
La vieja Emma suspira y niega con la cabeza.
2
Gastón recorre las calles del pueblo como si paseara por el comedor de su
casa, dedicándole más atención a la laguna que a los pocos pescadores que
se acumulaban frente a ella. Al llegar a la esquina decide cruzar la calle hacia
la orilla con el fin de tantear el pique, pero antes de pisar la rambla es
interceptado por dos ciclistas que frenaron a centímetros de sus pies.
-Gastón, estaba yendo a tu casa…-Dijo el más joven de los dos.
-Nico ¿Qué pasa?- Gastón vio ansiedad y temor en los ojos del chico.
-Te busca Alejandro, dice que vayas urgente para el camping- Completó el
Ambos se miraron nerviosos. Nico tragó saliva y contestó.
-Unos pescadores vieron a Laura cerca del muelle.
Gastón le clavó la mirada como una lanza.
CAMPAMENTO
(Entrada y proveeduría)
3
La bicicleta vuela a toda velocidad bajo la línea de árboles que lleva al
camping Laguna Verde. La mente de Gastón no percibía los peligros del
camino, estaba en otro lado; la última vez que había visto a Laura.
Su risa, su vestido violeta perdiéndose entre los bosques que ladeaban la
laguna. Sus botas marrón claro trotando sobre las hojas muertas de un otoño
lejano y terrible. Las manos sucias de los hombres que se habían llevado a su
hermana. Sus rostros tapados por los últimos rayos del sol. La mano de Laura
tratando de alcanzar la suya. La oscuridad.
En poco tiempo estaba en las puertas del campamento. Laguna Verde era el
último que había sobrevivido a la clausura por la baja pesca a causa de la
contaminación del agua, sustentado por los pobres aportes de los jóvenes
Gastón saltó de la bicicleta al pasto casi sin frenar y se hundió en la primera
garita. No había nadie junto a la barrera, así que la cruzó y corrió sin aliento
hasta el comedor, unos 30 metros más adelante.
Unas seis o siete personas se acumulaban alrededor de una cama
improvisada sobre una mesa de madera. Alejandro fue el primero en verlo, y se
-Se desmayó, sigue dormida, pero está bien- Amortiguó, pero Gastón lo
atravesó como si fuera de papel.
Se abrió paso entre la pequeña multitud, sin percatarse de que todos ellos
llevaban barbijos y guantes de cocina.
Laura yacía pálida como la nieve, cubierta por un mantel. Gastón le tomó la
cara con brusquedad, quizás para corroborar que era de carne y hueso, y luego
-Cuidado- advirtió el cocinero –Está delicada, creemos que tiene algo.
Gastón cerró los ojos y deseó que todos desaparecieran. Hacía más de 15
años que no veía a su hermana, pero eso sólo lo sabía Alejandro.
-La encontramos tirada cerca del muelle, toda lastimada…
Gastón apuntaló la mirada hacia su amigo.
-¿Qué le pasó?- ladró -¿Qué le hicieron?
Alejandro suspiró y miró al resto. El cocinero y los demás empleados
comenzaron a retirarse, dejando miradas de desconfianza hacia Gastón.
-¿Qué le pasó?- Repitió Gastón. Alejandro bajó la voz y se acercó a su
-Creemos que fueron unos pescadores de las parcelas más alejadas…
Los ojos de Gastón se tornaron febriles.
-La golpearon y…- Alejandro no pudo sostener la mirada -…la violaron.
Gastón giró la cabeza hacia su hermana, observó su cuerpo golpeado
mientras las lágrimas brotaban de sus ojos. Se alejó de pronto, como si temiera
romper la delicadeza de su figura y volvió a mirar a Alejandro con repentina ira.
-¿Quién…?- Empezó a decir, pero su amigo lo interrumpió y le agarró la cara
con fuerza –Necesito que te tranquilices y me escuches con mucha atención.
Gastón temblaba de bronca, pero no dijo palabra. Alejandro lo miraba
-Laura no fue lo único que encontramos cerca del muelle esta mañana
CAMPAMENTO
(Parcelas del fondo)
4
Brazos torcidos, camperas llenas de barro, pies sobresaliendo sin vida desde
lo profundo de una montaña de cadáveres tapada con telas de carpa. Alejandro
no dejaba de mirar a los costados, como si del bosque o de la laguna pudiera
Por arriba del barbijo, Gastón observaba atónito.
Eran alrededor de 20 cuerpos amontonados, empapados en sangre,
amontonados como si fueran arena o tierra para la construcción. Hubiera
querido obviar con la mirada el detalle macabro de la mano de un pequeño con
los dedos duros como piedras emergiendo del pilón cadavérico.
-Llegué temprano con Ramón en el coche. Los encontramos a todos con la
boca y la nariz llena de sangre, esparcidos por el camino, minutos después de
encontrar a tu hermana.- Dijo Alejandro por arriba de su barbijo.
-Todo. Revisamos los números de las parcelas y los corroboramos en el
cuaderno de entrada. Nadie sobrevivió. Creemos que fueron atacados por
alguna especie de virus… o algo.
Gastón despertó del trance y miró a su alrededor.
-La policía todavía no sabe nada, sólo los que llegamos ésta mañana del
pueblo, nosotros 8…- Alejandro se sacó el barbijo -… y ahora vos.
-Pero… la cantidad de… muertos…
Gastón se esforzaba por entender lo que Alejandro no le decía.
-La mayoría de los cadáveres son de gente sin familia, chorritos que vienen al
camping a emborracharse y apostar mierda por mierda, personas sin futuro, de
-Pero veo autos, mujeres, Ale, hay familias ahí.
-También hay violadores ahí, Gastón.
-¡Eso es un nene! ¿Me estás jodiendo?
Los nervios de Gastón habían provocado que eleve la voz. Alejandro lo
abrazó y se lo llevó lejos de la pila.
-Escuchame. Si la policía se entera de esto, no solo van a clausurar el
campamento y dejarme a mí y a 10 personas más sin trabajo, también van a
querer averiguar cómo es que una nena de 10 años desaparece y vuelve
quince años después con una mochila de 20 muertos atrás… y se la van a
-No…- Gastón se sacó el barbijo y miró a su amigo. No podía permitirse
-El personal del camping me juró conservar el secreto por el bien de su
-¿Quién te pensás que me ayudó a juntarlos a todos?
-Pero ¿Y Nico? Hoy me vino a buscar a casa con otro pibe…- Gastón no
-Nico no estaba acá, lo llamé y le dije que te buscara, fue con el primo,
ninguno sabe nada, pero van a volver en cualquier momento, por eso necesito
Detrás de ellos aparecieron Ramón y Rubén, el cocinero.
Cada uno de ellos llevaba dos palas al hombro.
CAMPAMENTO
(Proveeduría)
5
Dora deposita suavemente un termómetro y un poco de algodón junto a los
desinfectantes y levanta la bandeja. Camina por el pasillo que conecta la
despensa con la cocina y cruza la doble puerta hasta el comedor de la
proveeduría. Apoya un segundo la bandeja sobre la barra y se estira con
dificultad, intentando alcanzar las pocas “curitas” que había esparcidas junto a
la caja registradora. Logra juntarlas con la punta de los dedos y las deja caer
sobre el botiquín improvisado, toma la bandeja con delicadeza y gira hacia el
comedor. De pronto grita, dejando caer la bandeja al suelo.
Laura está parada frente a ella con un gran cuchillo de cocina, mirándola con
miedo. Mira los utensilios revueltos por el suelo y vuelve a escrutar a Dora, esta
vez con desconfianza. Observa veloz a los costados, buscando una salida,
mientras Dora saca impulsivamente un barbijo de su delantal de cocina y se lo
lleva a la boca. Laura achica los ojos con extrañeza al ver la acción de la
-Perdón… no sabía que te habías despertado ¿Laura, no?
Laura vuelve a mirar a los costados sin bajar el cuchillo. Lleva el brazo
izquierdo cruzado sobre el estómago. Siente frío.
-Te encontramos desmayada en el muelle- Intenta Dora con suavidad
–Sabemos que fuiste atacada por unos pescadores y te trajimos a la entrada
para curarte las heridas y tomarte la fie…
-Necesito hablar con Carón- Interrumpe Laura –Ahora.
-El teléfono de la primera garita no funciona, puedo acompañarte hasta la
oficina de seguridad.- Responde Dora tras el barbijo.
Laura la escanea una última vez y sale disparada hacia la puerta que da al
camino. Dora avanza unos pasos con la mano libre hacia delante.
-¡Gastón! Tu hermano Gastón vino a buscarte.
Laura se frena en seco, gira sobre sus pies descalzos y se precipita sobre
Dora con el cuchillo en alto. La empuja sobre la barra y le hunde los ojos como
dos lanzas de fuego. Recorre el rostro asustado de Dora buscando veracidad a
-¿Por qué te tapás la boca? ¿Qué me hicieron?
-Nada… nosotros no te hicimos nada, te lo juro…- Dora estaba llorando de
miedo. Laura seguía disconforme con los balbuceos de Dora, había recuperado
confianza sobre la situación y no tenía demasiado tiempo.
-¡¿Por qué te pusiste un barbijo, Dora?! ¡¿Qué me hicieron?!
-¡No sé! ¡Te juro que no sé nada!- Dora cerró los ojos, disuelta en lágrimas.
Laura la soltó con bronca y dejó que la pobre se deslizara por la barra hasta
el suelo. Alargó el cuello para observar por el pasillo. Estaba sola. Como un
látigo, miró la puerta de entrada y volvió hacia el pasillo.
Tenía que tomar una decisión.
Mientras Dora contenía el terror, Laura pasó frente a ella, bordeó la barra y
se perdió en el pasillo que lleva a la despensa.
CAMPAMENTO
(Parcelas del fondo)
6
La mano de un niño inocente termina de ser cubierta por la tierra, junto con
otros 19 cadáveres. Dora aparece como un relámpago por detrás del grupo de
hombres. Las lágrimas todavía le sacaban brillo a sus mejillas.
-¡Gastón!- Logra gritar, mientras se detiene entre jadeos.
Gastón la ve, suelta la pala y corre hacia Dora, los otros tres hombres dejan
de palear. Más al fondo, otros dos hombres más dejaron sus tareas para
-Dora ¿Qué pasa?- Pregunta Alejandro con preocupación. Gastón no dejaba
de mirarla, sosteniéndola de los hombros, esperando que hable.
-Laura…- Jadea Dora –Se despertó.
Gastón la suelta y sale corriendo hacia el comedor.
-¡Esperá, Gastón!- Intenta detenerlo la mujer, sin éxito. Alejandro suelta la
pala y comienza a seguirlo, pero Dora lo detiene.
-Ale… se escapó. Laura se escapó.
La cara de Alejandro se transformó. Eso no era nada bueno.
-¿Eh? ¿A dónde?- Preguntó en vano.
-Se fue por la puerta de la despensa, me atacó con un cuchillo, Ale…
-¿Qué?- Ale no podía creer lo que Dora le decía -¿Te lastimó?
-No. Buscaba a alguien, le prometí un teléfono, pero…- Dora negó con la
cabeza y tragó saliva –Le nombré a Gastón y se me vino encima. El ataque de
anoche la debe haber traumado, pobre chica…
-No tanto como para atacarte con un cuchillo, por Dios…- Contesta Ale
acariciando la mejilla de Dora. No quería que supiera demasiado acerca de la
Se gira para seguir a su amigo, pero Dora lo retiene nuevamente.
Ale la mira expectante. Dora vuelve a tragar saliva.
-Cuando me habló, ella… me llamó por mi nombre.
Alejandro entendía cada vez menos.
-Que yo nunca le dije mi nombre, Ale, pero ella lo sabía.
Alejandro la miró una última vez y se adentró en el camino hacia la
CAMPAMENTO
(Entrada)
7
Laura irrumpe en la garita de entrada, apoya el cuchillo sobre el escritorio y
revuelve los papeles hasta encontrar el teléfono.
Sin tono, Dora decía la verdad.
Recorre veloz la garita con los ojos y descuelga un camperón azul.
El sucio cartel de la entrada la recibe bajo el sol del mediodía.
Todavía descalza, Laura se abriga y trota por el camino de tierra que la lleva
CAMPAMENTO
(Proveeduría y Bosque detrás)
1
Gastón traspasó la entrada del comedor y se acercó a las mesas donde
hacía solo unas horas descansaba su hermana. Miró a su alrededor. Silencio.
Bordeó la barra y recorrió el pasillo, abrió la puerta del baño y luego la
despensa. La puerta del fondo estaba entreabierta, la cruzó y se adentró en el
bosque, primero a paso precavido, luego al trote.
Los altos sauces devoraban los débiles rayos del sol. Gastón buscaba
desesperado la silueta de Laura. Avanzó y avanzó, buscando entre los mismos
árboles que años atrás habían sido testigos del secuestro de su hermana. Las
imágenes de aquél terrible momento se confundían con el presente. Las manos
de aquellos hombres tirando de su vestido. La voz aterrada de Laura haciendo
Gastón se fue dejando llevar por la angustia y la locura hasta encontrarse en
una pequeña explanada y dejarse caer de rodillas. Miró las hojas muertas del
suelo con ojos grandes y húmedos, aturdido.
¿Había perdido a su hermana de nuevo? Quizás el insomnio lo había vuelto
loco y Nico nunca había aparecido en su camino para decirle que Laura estaba
viva. Quizás aún estaba acostado, soñando despierto, hundido en el desorden
de su habitación, imaginando que Laura yace dormida junto a él, sobre las
mesas del comedor del camping, viéndose abrazar a la versión adulta de
aquélla niña que la laguna se tragó.
Una mano amiga sobre su hombro lo sacó del trance.
-Gastón… ¿Estás bien? Gastón…- La voz de Ale sonaba lejana.
El silencio del bosque volvió a dominarlo todo y Gastón parpadeó. Había
pasado más de una hora y el sol comenzaba su lenta retirada. Gastón miró a
su alrededor hasta llegar a los ojos de Ale.
-Buscamos por todo el camping.- Sentenció, y ayudo a Gastón a incorporarse
toscamente sobre el pasto. Se miraron unos segundos, hasta que Gastón se
desarmó en llanto y cayó en el hombro de su amigo.
-Está viva…- Sollozó Gastón. Ale contuvo a su amigo y asintió con la cabeza.
-Sí. Está viva- Contestó con calidez, pero sus ojos recorrían el bosque con
preocupación –Y vamos a encontrarla.
PUEBLO
(Despensa de César)
1
La tarde se ahoga entre nubes de lluvia que amenazan con abalanzarse
sobre el pueblo gris. Las tiras de goma transparente cosquillean el piso del
almacén. Laura brota de la cortina y se dirige hacia la heladera que funciona de
mostrador. Un hombre cincuentón y regordete cuenta dinero y suspira con
resignación. Se gira para encontrarse con la demacrada cara de Laura. La mira
de arriba abajo, sus pies están lastimados de tanto correr sobre el asfalto.
-Señorita… ¿Se encuentra bien?- Pregunta al ver la expresión de miedo de la
Laura asiente con la cabeza. Todavía está un poco agitada.
-Sí. Gracias. Quisiera usar su teléfono, por favor.
-Cómo no, ya se lo alcanzo…- Responde solícito el hombre y desaparece por
una puerta al final del mostrador.
Laura normaliza la respiración y observa la despensa. Rodeando el
mostrador a su izquierda ve unas pocas mesas de madera y algunas sillas,
probablemente para uso de la familia que sostiene el negocio. Las ventanas
son pequeñas y están tapadas por cajas de mercadería. Laura camina unos
pasos e inconscientemente mete las manos en la campera. Siente algo en el
bolsillo y saca la mano. Una billetera de cuero, con bastante dinero adentro.
El hombre reaparece, Laura guarda la billetera por acto reflejo y se acerca a
él. La mano regordeta del almacenero le da un teléfono inalámbrico.
-Gracias- Laura intenta sonreír y por un segundo lo logra. El almacenero
asiente con amabilidad. Ella toma el teléfono y se dirige a la mesa de madera,
arrastra una silla y se sienta a marcar los números con ansiedad.
Dos hombres brotan de la cortina de plástico y observan al almacén. El
primero parece tener unos cincuenta años y lleva una suave sonrisa en el
centro de una barba canosa e incipiente. Detrás de él, un joven de unos veinte
años, bastante abrigado a pesar del clima indeciso, se acomoda frente al
mostrador. El dueño del almacén echa una breve mirada a Laura y se acerca
para atender a los clientes recién llegados.
El hombre de barba, al verlo, agudiza la vista y levanta las manos con
-¡No te puedo creer, mi viejo amigo César sigue vivo!
César lo mira extrañado pero en seguida se le ilumina el rostro.
-¿Cómo estás, gordo? ¡No cambiaste nada!
Los viejos amigos se abrazan por arriba del mostrador. César está contento y
-Qué alegría verte, Quique, tantos años ¿Qué te trae por acá?
-El trabajo, hermano, quise agarrar esta zona para ver en qué andaba mi
viejo pueblito, veo que la cosa ha cambiado bastante.
-Bastante para mal, ya no se acerca casi nadie para éste lado, un pueblo
fantasma parece…- Contesta César mirando hacia la puerta y acodándose en
el mostrador -¿Éste es tu pibe?
Quique se gira, pasa un brazo por los hombros del muchacho y lo acerca.
-Éste es mío, sí. Facundo, Veintitrés años tiene ya ¿No?- Pregunta mirando a
su hijo. Facundo asiente con la cabeza sonriendo y extendiendo la mano.
César le estrecha la mano con fuerza.
-Te felicito, parece ser muy educado ¡No parece hijo tuyo!- Ambos amigos
ríen como hace treinta años atrás.
Laura corta el teléfono por cuarta vez. Suspira con los ojos cerrados, hecha
una mirada hacia los hombres que se ríen junto al mostrador y vuelve a marcar.
–Decime Quique- Continúa César risueño -¿De qué estás laburando ahora?
-Hace veinte años que soy inspector de sanidad.- Responde Quique con
-¡Entonces no te invito a pasar a la despensa porque voy muerto!- Vuelve a
Quique y su hijo vuelven a reír.
-Por hoy zafás. Me mandaron a recorrer las instalaciones de acá de la FAR,
Laura enfoca sus sentidos hacia el hombre de barba, sin alejarse el tubo del
oído. El sonido del tono de llamada es eterno.
-…me traje al pibe para que vea el pueblo donde creció su viejo- Oye decir a
Quique. En ese momento, del otro lado del teléfono, una voz masculina
Laura se activa de nuevo. No habla, pero su respiración se acelera y traga
Laura respira hondo y habla.
-Cuatro. Siete dos dos. Nueve.
Una pausa larga. Laura aprieta la oreja contra el tubo con ansiedad.
-¿Código de rastreo?- Preguntan por fin del otro lado. Laura busca a su
alrededor y encuentra un pequeño reloj de pared marcando las cinco en punto.
-Cinco…- Dice con la vista clavada en el reloj -Cinco diecisiete.
En el mostrador, la charla continúa.
-La FAR…- César suelta un bufido –Cuando llegaron vos ya te habías ido
para capital. Dos años después empezaron a cerrar todos los campings a lo
largo de la laguna. La contaminación. Destruyeron la economía del pueblo, el
-Qué lástima… no sabía nada- Comentó Quique con tristeza.
-Nadie supo nada hasta que cerraron el camino a las compuertas.
Privatizaron todo la zona de diques que antes manejaba la intendencia,
vendieron todo y se borraron. Con algunos vecinos bordeamos la laguna hasta
-Sin intendente, sin plata para negociar y con una población de menos de
doscientas personas… ni siquiera nos atendieron.
-¡Me cuesta creer que nadie me haya informado de todo esto! ¡Qué locura¡
-Una noche cortamos el camino con carpas y nos quedamos ahí varios días,
queriendo frenar la entrada y salida de camiones por ambos lados…- César
chistó y negó con la cabeza –Ni un solo camión en cinco días, ni una sola
persona asomándose a las rejas.
-Pero…- Quique era pura indignación -¿No se dedican a la fabricación y
distribución de artículos de computación? ¿Cómo sobrevive a un corte de cinco
-¿Distribución? Hace siete años que no se ven camiones de la FAR cerca de
la laguna. Juraría que la abandonaron si no fuera por la sirena esa que hacen
-Estoy sorprendido- Dice Quique con seriedad –Voy a llamar al director para
informarle de todo esto. Mi teléfono no tiene señal desde que llegué ¿Me
-Acá no tiene sentido usar teléfono celular, quique. Esperá que me fijo si la
César se acerca a la esquina del mostrador y se asoma hacia las mesas. El
inalámbrico descansa apoyado sobre la mesa. No hay señales de Laura.
-Qué raro… recién había una chica, ahora no está.
-¿No te habrás vuelto medio loco vos? Entre fábricas abandonadas y mujeres
que desaparecen no sé que pensar, gordo.- Bromea Quique.
-Te lo juro- Responde César sorprendido –Estaba sentada justo acá.
El ruido del motor del auto quiebra el aire de misterio dentro del almacén,
Quique gira la cabeza y se abalanza hacia la vereda para ver como se llevan
su Renault 18 blanco por el camino que bordea la laguna. Quique grita en vano
con la mano hacia delante. Detrás de él salen Facundo y César. Los tres se
quedan incrédulos, viendo el coche alejarse entre las casas y los árboles.
BOSQUE
(Camino hacia la ruta)
Laura rebota en el asiento mientras el coche se tambalea por el camino de
tierra que lleva a las afueras del pueblo. En el asiento del acompañante
descansa el reloj de pared de la despensa de César. Las cinco y cuarto. Laura
ve algo más adelante y frena despacio. Toma el reloj, baja del auto y se
sumerge entre los árboles hasta protegerse detrás de un grueso sauce, a unos
Un minuto después, una vieja camioneta frena junto al auto. Laura contiene la
respiración mientras dos hombres con trajes anticontaminación y máscaras
descienden y se acercan al vehículo. Uno de ellos lleva un extraño aparato en
la mano, lo pasa por los bordes del coche y mira a su compañero. Éste recorre
el sector con la mirada, observa su reloj y hace señas de volver a la camioneta
rápidamente. Ambos hombres se suben y arrancan bruscamente para alejarse
Laura cierra los ojos y respira, deja caer el reloj y se acomoda de espaldas al
tronco, intentando calmarse. Abre los ojos y mira hacia el frente, levanta la vista
hasta encontrarse con las caras de Alejandro y Gastón, que se acercan con
-Laura… soy yo.- Dice Gastón con suavidad. Ale se detiene unos pasos
detrás de él, mirando hacia todos lados, nervioso.
Laura mira a uno y a otro en silencio. Detrás de Ale logra divisar dos
bicicletas tiradas entre los árboles.
-¿Estás bien? No puedo creer que…- empieza Gastón, pero Laura se para de
-Necesito llegar a la ruta principal- Dice con voz gélida –No puedo llegar en
auto, necesito que me den una de sus bicicletas.
-Laura… soy yo- Gastón intenta sonreír -Tu hermano.
Alejandro da unos pasos hacia delante mientras se pone el barbijo. Laura lo
ve y mira a Gastón con repentina desconfianza. Gastón se gira y le hace señas
a su amigo para que no se acerque. Vuelve a mirar a Laura con amabilidad.
-Gastón…- Susurra Ale –Ésta zona es privada, no podemos estar acá.
-Laura, necesito que confíes en mí- Gastón mantiene la mirada en los ojos de
Laura no cambia de expresión, y latiguea con los ojos controlando la posición
de Ale, con clara desconfianza. Ale se impacienta y avanza.
-Gastón, tenemos que volver al camping…
-No me reconocés- Dice Gastón cortante –No sabés quien soy.
Laura inspecciona el rostro de Gastón.
-No. Y no me importa, quiero irme de este pueblo de mierda ahora mismo.
-¡Gastón!- Ale avanza hacia ellos. En un segundo su barbijo se tiñe de rojo,
Gastón sigue mirando a Laura. Ella no lo mira. Se gira para encontrarse con
el cadáver de su amigo. Vuelve hacia Laura con la cara contraída por el horror.
Laura lo está mirando fijamente.
Gastón siente un profundo destello de dolor en la frente y los ojos. Se
retuerce en el lugar. Laura se desconecta. Sus ojos se entregan al cielo y cae
Gastón se tambalea y se toma la cabeza con ambas manos. Le sangra la
nariz. Mira el bosque y los cuerpos, intentando aclarar su mente. La cara de su
amigo está repleta de sangre y el cuerpo yace contorsionado entre los sauces.
Laura continúa desmayada, pero viva. Gastón mira nuevamente a su alrededor
y descubre, al borde del camino, un Renault 18 blanco aparentemente vacío.
El enamorado
Además de funcionar a modo de descarga, la amenaza me vuelve creativo. Con el tiempo encuentro una manera cada vez más acertada de transmitir el mismo mensaje, a través del manejo de herramientas como la sugestión, la ironía, el suspenso y en algunos casos hasta la poética.
Lo más excitante que me había pasado en el último año, si es ese el adjetivo que se merece, había sido perseguir y matar a un deudor fugitivo, un tal Ricardo. Un pobre tipo que tuvo la pésima idea de llamar por teléfono a mi jefe y decirle que se iba del país sin pagarle los cincuenta mil pesos que le debía. Antes de matarlo de un tiro, se me dio por comentarle que él era mi primera víctima. No sé por qué lo hice, necesitaba que lo supiera, o sólo decirlo.
-Admiro tu valentía- suspiró, ignorando por completo mi asuntito con la modestia. Una lástima para él. Le apunté a la cabeza y elegí en mi mente algo para decirle, algo para que escuche por última vez.
Se me ocurrió una pregunta.
–allá están mi mujer y mi hija.
-Gracias. Ahora necesito que bajes la cabeza, Ricardo – dije, un tanto insatisfecho con su respuesta.
A Ricardo le había llamado la atención que su asesino primerizo sea médico. Probablemente esperaba uno menos instruido. Tuvo suerte, sino fuera así todavía estaría con una mano en el cuello tapándose la herida e intentando respirar desesperado.
La cuestión es que llamé al tipo que me pagaba por el alma de Ricardo y le di la noticia, junto con el aviso de que me iba de vacaciones unos días. Le resultó divertido y bromeó sobre el poco tiempo que pasó entre mi primer asesinato y mi estrés, y sin dejar de reírse me dijo que ya podía disfrutar de mi dinero.
Así que cobré y me saqué un pasaje de ida a Florianópolis, y de ahí a Bombinhas. Me alquilé un cuarto cerca de la playa y me dediqué a aprender todo lo que pudiera sobre pesca. Y aquí estoy ahora, en el “trapiche”, devorado por la noche veraniega, esperando el pique.
-¿cómo anda eso, maestro? – Me sorprendió una voz - ¿Pica o no pica?
Giré despacio la cabeza hacia la voz y me encontré con un adolescente, claramente argentino, acompañado por su perro. Se acercaba con las manos cruzadas detrás de la cintura mientras el animal husmeaba ruidosamente por las tablas de madera.
-Por ahora, nada- respondí amistosamente. Aunque los jadeos del perro perturbaban mi paz, hablar con alguien me venía bien
-Hace rato que estás acá, siempre te veo a la noche- dijo al fin, sin sacar los ojos del agua oscura –Me llamo Pablo.
No lo recordaba de ninguna otra noche en la playa.
sábado, 13 de agosto de 2011
martes, 12 de julio de 2011
5: Una mina el sábado
Hace miles de millones de larguísimos segundos que mirarte me obliga a ir y volver con la certeza de que sos el amor de mi vida y que si no te lo digo en este mismo instante voy a explotar dos veces más fuerte que Hiroshima y empaparte con la sangre más caliente que un ser humano en estas condiciones solo alcanzaría si se estuviera quemando vivo.
Por favor, dejá de hablarme tan cerca de la boca y prendete ese cigarrillo, ocupá tu boca con algo antes de que la ocupe yo y toda esta situación se me vaya de las manos de la misma forma en que se me fue las últimas veintitrés veces que nos vimos y nos sentamos a tomar una cerveza en el pub de la esquina de la vuelta de tu casa para hablar de todos los problemas que podría solucionarte si te acercaras solamente un centímetro más.
Un pequeño movimiento y darías el pie para justificar esta gran cantidad de flashes que hace veintitrés bares y cervezas empezaron a distorsionar el concepto que tanto me costó formar acerca de la relación aparentemente controlada que durante los veinte años de mi vida habían mantenido mi cerebro y mis órganos genitales.
Me fascina el odio que me da no poder controlarme a mí mismo y depender de un simple gesto, de un movimiento inesperado, de una palabra seguida de una pregunta sugerente seguida de una respuesta inconclusa y volver otra vez al insoportable planteo que mi parte animal insiste en hacerle a la parte que te valora solo como una amiga, como la persona con la cual entablé una amistad fuerte que podría únicamente derivar en sexo si nos tomáramos tres cervezas más.
Pero ya es tarde y vomitar tantas veces te dio muchísimo dolor de cabeza y te deprime saber que te pusiste tan en pedo por culpa de un tipo que probablemente yo nunca conozca más allá de la incomprensible variedad de parecidos que nos encontraste, a él y a mí, para encerrarme como tantas otras veces en la diminuta esperanza de llevarte a mi cama la cantidad de veces que él te llevó.
Y tal vez algunas más.
Pero no.
Lo único que querés conseguir es lo que cuando llego y me acuesto en la soledad de mi colchón me convenzo de que querías conseguir y me levanto de la silla y te acompaño hasta la puerta de tu casa aunque a mí me quede mucho más cómodo caminar para el otro lado y tomarme uno de los tristes colectivos que me devuelven a la fría realidad que el calor de tanta mirada no supo leer en tus ojos.
Frías realidades, miradas y ojos que conozco tanto como la palma de mi mano.
Porque la palma de mi mano me lo recuerda una y otra vez.
Una y otra y otra vez y lo que pienso que pudo haber sido ahora es y lo que creo que pudo haber pasado ahora pasa constantemente detrás de mis párpados y desaparece en la monotonía de mi techo lleno de grietas húmedas y profundos agujeros negros.
Pienso y creo, además, que el techo no me ayuda mucho.
Me quedo dormido pensando en la posibilidad de que con unas cuantas toneladas de suerte mañana me llames por teléfono antes de que te llame yo para decirme lo que yo te diría si te llamara un domingo soleado después de un sábado de penas y alcohol.
¿Nos vemos?
No. No nos vemos nada.
Tengo demasiado sueño como para ponerme a analizar si la razón por la cual no estamos sentados tomando mate en plaza Francia fue mi notable desesperación en la voz al invitarte o tu incapacidad de asimilar tantas frases en tan poco tiempo cuando te acabás de despertar por culpa del insistente sonido del teléfono que probablemente te haya puesto de mal humor.
Bien, dale, sí, en la semana hablamos.
Beso.
19 de septiembre
Cenizas - Cap. 1
Una idea que si no te sentás a escribír ahora, mañana la vas a olvidar por completo.
Por eso me quedé dormido, por no valorar las ventajas.
Por eso lo único que tengo ahora, mientras corro desesperado hacia la estación de subte, es una resaca terrible, una pelea con mi novia y una muy buena idea.
Y después está el azar, por supuesto, libre a priori de ventajas y desventajas. Pululando intermitente fuera y dentro de nuestras vidas, afectando de manera directa o indirecta nuestra existencia, nuestras relaciones, nuestro trabajo, nuestra salud. El azar, que solo nos lleva inconscientemente a llenar los cajoncitos de buena y mala suerte que tenemos incrustados en el cerebro, hasta que se nos ocurre ponerlos en la balanza y exclamar:
- Tuve suerte
O, en su defecto:
- ¡Tengo una mala suerte!
Por lo tanto, terminar tirado en el medio de Acoyte y Rivadavia con la columna rota y la cabeza abierta es solo una cuestión azarosa, llena de desventajas, que solo me obliga a pensar, mientras veo a mi padre hablar con los médicos y trasformarse en una ametralladora de gestos de preocupación, que soy un tipo con muchísima mala suerte.
Acto seguido un ángel entró por la puerta de la sala de operaciones para cambiarme el suero y mis ganas de vivir. Me dedicó una hermosa sonrisa y me deseó un buen día -deseo bastante pretencioso, dadas las circunstancias- y dos meses después me dejó su teléfono para ofrecerme sus servicios de enfermería, para cuidarme en la soledad de mi casa durante el tiempo que tardara mi cuerpo en responder a mi mente.
Mi cuerpo le respondió a mi mente un año después, bajo la mirada del médico cirujano y su exagerado barbijo, el cual sólo se sacó para decirme que soy un tipo con una suerte de no creer, y que en algunas semanas ya iba a poder caminar y volver a mi vida “normal”.
Mi vida normal, en ese momento, era una relación súper conflictiva con mi novia y un affaire con mi enfermera, de la que estaba perdidamente enamorado. Lo demás no había cambiado mucho; reuniones en la agencia para definir algunas ideas en desarrollo, visitas familiares y de amigos, mucha televisión y un videojuego de guerra que me estaba generando una adicción peligrosa.
Las semanas pasaron, comencé a caminar y a recobrar mi ritmo, decidí hacerle caso al médico y volver a mi vida normal, en el sentido de volverla normal.
Corté con mi novia de la manera más clara y definitiva que pude y me traje a la enfermera a vivir conmigo.
En aquéllos tiempos recordé lo que era tener sexo, jugar al fútbol y correr desesperado a la parada del subte para llegar al trabajo. Dejé de mirar televisión y regresé a mis actividades diarias, reanudé las sesiones de creatividad con aquél amigo de gustos cerveceros y nocturnos, y tanto el azar como mi cajoncito de la buena suerte se llenaron de ventajas.